lunes, 21 de julio de 2014

"Parque Cranach" por Juan Ignacio Muñoz Zapata



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Revista Cosmocápsula número  9. Abril – Junio 2014. Cápsulas literarias.


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Parque Cranach


Juan Ignacio Muñoz Zapata




En vísperas de sus ochenta, Berton conservaba una torpeza adolescente. Sus ganas se consumaban detrás de la celosía. Por su torrente sanguíneo corría resveratrol. Se retiró la jeringa del brazo y exhaló, relajándose.


En el balcón, Kimberly tomaba el sol desnuda. Era su esposa, pero qué tan lejos estaba de poseerla como deseaba: pertenecía a todos menos a él, se decía creyéndose el protagonista burlado de una película de adulterio.


Kimberly se percató de su presencia. Le gustaba que la viera con ojos de ternura. La excitaba.


Amor, ¿qué haces ahí? Ven a tomar el sol conmigo. La tarde está deliciosa.


Berton salió con las manos en los bolsillos. Recobraba la normalidad de sus sentidos.


¿No te da miedo? Puede volver a temblar, le dijo con voz distante.


Vamos, Berton, sólo fue un temblor, como ya hay tantos ahora. ¡No es el fin del mundo!, contestó sumergiendo la mirada en una revista.


En la portada, se podía apreciar en tridimensión colorida un chimpancé en traje espacial.


¿Vas a abrir el café? – preguntó la chica.


No. La gente debe estar ocupada arreglando módulos. No hay mucha estabilidad de recepción con tanto jaleo. Abriré a las ocho…


¿Entonces? ¿Por qué no tomas el sol conmigo?


Voy a salir con Salomón.


¿Pero qué coño tienes que hacer con ese viejo?


Es el esposo de Simona, tu tía abuela. Respétalo.


No sé por qué coño a mi tía, una solterona de toda la vida que cambiaba de novio más que de bragas, se le ocurrió conseguir marido a su edad…


Salomón es un erudito. Dio cátedra de biofísica en Berlín y París, y por poco termina de decano en Tokio…


Ya me los has dicho ciento de veces, ¡coño!


Deja de repetir “coño”, por favor… Salomón me ha enseñado muchas cosas.


La chica se puso en posición boca arriba.


Berton, cariño, deja esa cosa de viajar en el tiempo…


Viajar en el tiempo, no… – repuso el hombre distraído por el placer que le procuró la repentina erección – Reversión de la senescencia. Rejuvenecimiento celular. Juvenescencia.


Lo que sea… Sabes que te quiero. No voy a dejarte por ningún chaval de 23 o 25 que haga todas las semanas esquí espacial.


Esquí espacial, la tontería del siglo…– pronunció con desagrado. Se preguntó por qué Kimberly utilizó esa frase para describir a un amante imaginario.


A mí me gustaría hacerlo alguna vez contigo… debe ser alucinante… ¿te imaginas poder ver la Tierra a un lado, toda pequeñita, y al otro, las estrellas? ¿Y saber que tu cuerpo puede ser lanzado allí de un momento a otro? Eso te haría sentir más joven, te lo aseguro.


El viejo se agachó y empezó a acariciarle los cabellos.


Kimbi, no quiero… no quiero aparentar con artificios la felicidad que podría darte a partir de la verdadera naturaleza de mi ser, de un cuerpo lleno de deseos por ti… y que tú desees.


Pero qué cosas, Berton… No entiendo nada de lo que dices


Un viejo tiene derecho a soñar, gatita. Podemos jugarle sucio al destino, ya que él se encarga de hacernos viejos y torpes.


Te pones pesado, joder. No me gusta que hables así. No eres un viejo. Eres un hombre maduro. A mí me gustan los hombres maduros. Deja de ser tonto.


Bien, me voy. Puedes tomarte libre la noche. Me defenderé solo en el café.


¿No necesitarás ayuda?


No. Salomón me ayudará a atender.


Le da mala fama al café, Berton. ¿No lo has olido? Siempre que viene deja un olor de pintura en los muebles que apesta.


¡Pintura!– exclamó. –Ese viejo tiene carisma. Atrae a la gente con sus historias y conocimientos. ¡Que huele a pintura, vaya ocurrencia!


Bueno, allá tú.


Adiós.


Se despidieron con un beso. El viejo cruzó el vestíbulo. Tomó el sombrero y se lo puso frente al espejo. Al abrir la puerta, encontró a Salomón que llegaba y saludaba con una mueca de felicidad. Berton, más serio y sintiendo un ligero olor de pintura, cerró la puerta.


Caminaron unas cuadras sin cruzar palabra. Una fina capa de cenizas suspendidas suavizaba el impacto de la canícula en la acera.


Pobre Kimberly, pensaba Berton, con la piel tan tierna y blanca que tiene… se tostará como camarón si abusa con el bronceo. El otro viejo adivinó el pensamiento: “no te preocupes, es el último sol de la estación. Mañana entramos en el otoño”.


El olor de una churrería los detuvo. Los transeúntes esquivaban corrientes de vapor que se filtraban entre las losas de metal.


Compraremos algo y luego iremos al Parque Cranach– , propuso Berton.


La churrería era pequeña. Una anciana obesa con la piel ligeramente enverdecida atendía frente a un ventilador oxidado.


¿Cuánto tendremos que esperar?, preguntó Berton después de un minuto que le pareció media hora.


Deja trabajar a la señora. Tenemos toda la tarde para caminar y conversar…


Sí, pero este calor…


Hay que ser paciente para todo en la vida.


Eso dices tú, Salomón, pero yo ya me cansé de ser paciente… Señora, ¡los churros!


Cálmate, muchacho… No le haga caso, mi señora, está un poco alterado…


Salomón le pasó la mano por encima de los hombros. Y apartándolo del mostrador, le susurró:


Vuelvo a repetirte que tienes que cultivar la paciencia, aún en los actos más insignificantes.


¿A caso sirve de algo?


Con un poco de paciencia se conquista el mundo, el tiempo, la juventud… y el corazón de las mujeres.


Berton solo retuvo las palabras “conquista” y “juventud”. Volteó la cabeza para observar a la mujer, la lentitud con la que se desplazaba en medio de las radiaciones de fritura. Sin quererlo, la visualizó en el pasado, en un tiempo en el que no había tiempo para ser paciente. Una alegre muchacha sacudía el cuerpo bajo el estroboscopio. El joven y seductor Berton se acercó y le dijo algo apenas perceptible en el bullicio del club. Con un poco de alcohol y buen tacto, la convenció de ir a un lado para concluir el asunto. Pero la joven desvaneció y quedó la vieja.


Un escalofrío extraño acompañó las pulsaciones que crecían en las sienes de Berton.


Salomón intercambiaba opiniones con otra gente. La conversación parecía amena y divertida.


Aquí tenéis los churros, dijo la mujer atragantada de flema y mirando con repulsión a Berton.


Muchas gracias, respondió Salomón inclinándose ante ella y despidiéndose de sus nuevos amigos.


Al salir, Berton se atrevió a lanzar una mirada rápida a la churrera. Ésta lo observaba con indiferencia mientras trataba de tragar lo que bloqueaba su garganta. Berton pensó en pornografía.


Los viejos continuaron su camino hasta desembocar en el bulevar. Desde una esquina, Berton echó un vistazo a su establecimiento, unas cuadras abajo. Todo parecía tranquilo frente al café. Un perro husmeaba entre cajas de cartón.


Viraron a la derecha. Las cúspides de las pirámides se elevaban por encima de los árboles. No estaban lejos. A lo sumo, siete minutos más de marcha.


Salomón se embelesaba con las divas gigantes de la publicidad. Detrás de los cuerpos tridimensionales y los edificios opacados, se proyectaba el imponente ascensor, estructura maleable que permanecía casi siempre erecta, transportando burgueses al cielo, haciendo brillar de arriba a abajo las ocho letras de la Ameuropa.


Berton respiraba tranquilo al saberse estimulado por la vista de las divas. Atrás quedaba la pesadilla erótica con la churrera.


Parece que el temblor no causó daños en la ciudad–, dijo en algún momento Salomón, pero Berton no escuchó. Se imaginaba a Kimberly en la ducha, con el cuerpo de una diva diluyéndose en el agua. Los chorros de luz tenían efecto hiperrealista. De pronto, unas manos inmensas y recias asieron la cintura de la joven esposa, como si sujetaran las tiras del esquí espacial.


Berton tuvo un sobresalto sin darse cuenta de que ya habían llegado al Cranach.


La vuelta a la realidad se debió a que por poco le rompen la nariz. Un chimpancé le había extendido un prospecto de un plan económico para hacer esquí espacial. Tratando de no perder la compostura, Berton se alejó lentamente y giró alrededor de la mano peluda que sostenía el papel. Luego, mirando al animal a los ojos –o al lugar en el que deberían encontrarse –, le dijo más por seguridad que por cortesía: “no, gracias”.


Se vio violentando el primate, golpeándole la cabeza contra el asfalto, destrozándole el casco metálico, sacando un placer casi sexual con tal acto. Tuvo temor de sí mismo.


El chimpancé esbozó una sonrisa tímida y se retiró.


Los malabaristas lanzaban por los aires fetos de delfín, sandías y canastas vacías, que terminaban llenándose. A un costado, una pareja de artistas fingían ser estatuas. Entre hombre y mujer sólo se notaba una corta diferencia de edad. Tutankamón era un andamiaje de piezas y músculos dorados conectado a una máquina de vapor. La reina Anjesenamón, dos veces más pequeña, invitaba a perderse en los detalles de la nanotecnología.


Berton se preguntó si en algo tenía que ver la constante repetición de pensamientos obscenos que experimentaba con aquel olor a pintura que, según Kimberly, expelía Salomón. Ver la pareja de artistas lo excitó de manera embrutecedora.


El otro viejo, mientras tanto, se entretenía tirando migajas de churro a los patos.


Oye, Salomón, no sé qué me pasa…


Un esqueleto verde de tres metros de alto pasó y escupió fuego.


¡Me cago en la…! Vamos a otro sitio, esta gente me saca de madre– gritó Berton con el rostro enrojecido y el cuello de la camisa chamuscado.


Se dirigieron a la pirámide cruzando un huerto de girasoles. Encontraron una banca frente a una de las cuatro aristas del monumento. A un lado de éste, una noria movía gente y chimpancés.


A ver, Berton, dime qué te pasa…


Creo que mi proceso de rejuvenecimiento ya ha empezado.


¿Por qué lo dices?


Todo lo que veo me parece extraño… me provoca pensamientos muy intensos… una intensidad como la que tenía al ser chaval…siento atracción sexual por todo…


Cayendo en cuenta del alcance de sus últimas palabras, Berton se sintió incómodo al tener cerca la cara de Salomón.


Quiero decir…– repuso Berton con dificultad– no es que todo… todo lo que vea me produzca una sensación similar… sólo las cosas que me hacen pensar en mujeres…no hombres…


Salomón soltó carcajadas que se oyeron a lo lejos.


¿Por qué te ríes? Hablo en serio… sólo por las mujeres.


Lo único que perdura es el deseo, no su dirección, Berton.


¿A qué te refieres?


Lo que desea el infante es distinto a lo que desea el hombre maduro, sin embargo es la misma fuerza que los atraviesa…


Eso creo que ya lo dijo Freud…


A su manera, Berton, a su manera. Pero no me refiero a las pulsiones que todo sujeto experimenta. Me refiero a que el deseo configura el tiempo.


¿El deseo configura el tiempo?


El fundamento para rejuvenecer.


–…


Si las inyecciones están surtiendo efecto en ti, tu juventud vendrá con un cambio en la percepción de las cosas, y ese cambio afectará también tu consciencia temporal.


¿Qué es la conciencia temporal?


Es lo que permite estar atado a la realidad… ¿Qué está haciendo este idiota…?


Salomón hizo aspavientos y elevó su mano en señal de saludo. La figura de un astronauta iba ascendiendo en el medio de los girasoles. El tamaño de la escafandra era escandaloso. Al alcanzar su estatura, el hombre caminó con pasos largos hacia ellos.


Salomón se puso de pie y tendió la mano al recién llegado. Este lo hizo esperar un momento, mientras se retiraba el casco. Era un hombre un poco más joven que Berton, pero de aspecto enfermizo. A Berton le pareció que había tensión entre éste y Salomón.


¿Este es tu hombre?– Preguntó sin mirar al aludido.


Sí, se llama Berton, como te dije el otro día. Lleva varias semanas de tratamiento y está empezando a ver resultados.


¿Pero qué otra preparación tiene?


He estado instruyéndolo en las bases filosóficas de nuestras investigaciones. Es de confianza. En cambio, dime tú, ¿cómo se te ocurre salir con el traje a plena luz del día, en el centro del parque? ¡Todo el mundo te ve!


Es la salida más cercana al sector en el que estamos trabajando actualmente, y como se trata de un túnel de compresión, no puedo quitarme el traje antes. Y la gente debe pensar que soy un artista disfrazado.


¿Y por qué no te regresas por el camino habitual?


Salomón, ya sabes todo el tiempo que lleva. No puedo gastar más de un tercio de la jornada de trabajo entrando y saliendo. Esto es un infierno.


El hombre miró a Berton y le extendió la mano.


Venga, Berton, Luciano Dabbabi.


Al ver todos los interrogantes que se dibujaban en el rostro de Berton, Salomón se apresuró a explicar:


Luciano ha sido mi colaborador en las expediciones por Egipto y América Central. Es astrofísico.


¿Astrofísico? ¿Y por eso lleva puesto un traje de astronauta?


Luciano dirigió una mueca de desespero a Salomón, el que prefirió dar palmadas en la espalda de Berton.


Hay muchas cosas que todavía no te he explicado, y hoy vas a tener el privilegio de ir descubriendo.


Le explicarás en el camino– dijo Luciano poniéndose en marcha.


El palacio de cristal encerraba flores salvajes y un jardín acuático entre islotes. Una nube de mariposas obstaculizaba el paso. El aire estaba cargado del olor que dejaba Salomón en los muebles y molestaba tanto a Kelly. Berton se sintió penetrado por aguijones. Contuvo su grito de dolor y sorpresa.


Las mariposas son un sistema de seguridad– explicó Salomón. –Extraen sangre de toda persona que entra en este pabellón para identificar su ADN y permitir su acceso.


¿Y qué pasa si no permiten el acceso a alguien?


Ahora mismo estarías muerto, con la piel llena de agujeros…


Pero…–comenzó a gesticular Berton al percatarse de la seriedad que llevaban sus dos compañeros –si nunca he estado aquí antes, ¿cómo me han identificado?


Las inyecciones, Berton. Tu sangre ya contiene la identificación que las mariposas buscan.


¿Luego no eran para volverme más joven?


También.


Berton notó que Salomón se había molestado con su pregunta.


Luciano interrumpió.


Salomón, ¿tienes un pañuelo?


Este respondió negativamente.


¿Tú, Berton?


Sí, tenía uno, el que Kimberly le había dado en su primer aniversario, y en el que se podían leer en un relieve de hilos dorados las iniciales K&B. Pero al ver a Luciano sudando a borbotones, no dudó en dárselo. Con semejante artificio de clima tropical, era difícil estar dentro de un traje tan grueso.


Comenzaron a subir un puente en arco. Luciano los hacía caminar más lento. La atmósfera pesada entre los tres.


Berton no entendía el porqué de la reacción de Salomón. Sentía que éste se había burlado de sus deseos de rejuvenecer para embarcarlo en Dios sabe qué. Quiso dar media vuelta y regresar al lado de Kimberly.


Algo lo sacó de sí.


¡Miren una tortuga!– Exclamó con la inocencia de alguien que nunca antes había visto un espécimen.


Los otros dos hombres voltearon a verla sin emoción. El animal los observaba desde un tronco. Berton tuvo repentinamente la sensación de que el animal no era real.


¡Cuidado!– gritó Salomón.


Berton vio caer el cuerpo de Luciano en un cuadrado de nenúfares. La escafandra echó a rodar por el puente.


¡Se desmayó, se desmayó!– dijo Salomón tratando de correr hasta el otro extremo.


Berton calculó las distancias y la velocidad de Salomón. Miró de reojo el agua y, en una fracción de segundo, pensó que podía saltar. Por suerte, el traje de astronauta se mantuvo a flote. Luciano cobró consciencia, despatarrándose.


Mientras que Salomón avanzaba hacia Luciano, Berton vio el pañuelo desplegarse en la superficie. Las iniciales K&B brillaban bajo la luz solar que se filtraba por los cristales del techo alto. La delicadeza con la que el pañuelo iba doblándose y cediendo al peso del agua llevó a que pensara en su esposa en el momento de goce.


Tuvo una mala corazonada.


Después de recuperar la escafandra del lodo, los hombres se pusieron en marcha. Berton ayudó a caminar a Luciano, que todavía se hallaba débil.


Salomón, excusándose de su edad y problemas de espalda, prefirió tomar la delantera. Daba pasos largos y enérgicos, mientras intentaba sacudirse el agua de los pantalones.


Berton se extrañó de la rapidez con la que Salomón ejecutaba los movimientos.


Luciano descolgó su brazo de los hombros de Berton. Agradeciendo, se puso a caminar.


Discúlpame, Berton. Perdí tu pañuelo.


No pasa nada. Tengo una colección en casa.


Olía muy bien. Perfume de mujer.


Sí, son un regalo de mi esposa- expresó con una sonrisa tímida.


Salomón, que prestaba atención a la conversación, aprovechó aquel momento de silencio. Se detuvo y se dio media vuelta.


Luciano, lo que tienes es anemia. Mira tu cara. Pálida como unas sábanas. Si regresaras por el camino correcto, no te harías picar más de dos veces por las mariposas.


Berton reparó en la cara de Luciano. Más que la palidez, le llamó la atención que Luciano parecía un poco más joven que antes.


Luciano se dirigió a Salomón, primero con un impulso decidido, y luego titubeando y mirando nerviosamente a Berton.


Salomón, algo extraño pasa con los que toman el otro camino.


¿De qué hablas?


No he vuelto a ver al equipo de Anctil.


¡Ese grupo de arqueólogos decrépitos! Pues qué va a pasar con ellos… que terminaron su trabajo aquí y ahora deben estar gozando de su jubilación en el casino orbital.


O tal vez haciendo esquí espacial– intervino Berton, sintiéndose luego estúpido por la indiferencia de los otros dos, que ya se echaban a caminar.


No entiendo por qué la Ameuropa, que tiene todos los recursos para instalar un ejército y llamar a las nuevas promesas de la ciencia, contrata grupos pequeños de expertos a punto de retirarse para ocuparse del complejo de este parque.


Luciano, la Ameuropa tiene sus tropas combatiendo en otros frentes y sus científicos ocupándose de muchísimos asuntos más. Este parque es una máquina que provee su propia seguridad. Así que no es necesario que haya soldados, si es eso a lo que te refieres. Y nos dejan a nosotros la labor de investigar porque tuvimos acceso a la cultura newtoniana hecha en la Tierra. Incluso tú, que eres astrofísico, fuiste formado en el suelo terrestre y piensas el universo desde aquí. No esos jovencitos de la pos-crisis del 33, que ahora solo se ocupan de la Ciencias Eloísas desde el Espacio.


¿Quién construyó este parque? –preguntó Berton.


La Ameuropa lo instaló aquí –explicó Salomón–, al mismo tiempo que construía la ciudad de la Nueva Gran Canaria que serviría de base y contrapeso al ascensor espacial. Los monumentos piramidales los trajeron de varios puntos del planeta siguiendo unos planos encontrados en un sitio arqueológico en Irán en 1974.


¡Joder!


Los monumentos piramidales son piezas de un gran mecanismo que produce la energía suficiente para elevar varias toneladas desde aquí hasta más allá de la estratósfera, incluyendo la estructura misma del ascensor–. Salomón levantó su mirada hacia los cristales y prosiguió–: la gente paga fortunas para subir por él, ir al casino, ver las estrellas y la Luna de cerca, dejarse arrastrar por una lanzadera, pero no tiene ni idea de cómo funciona… Berton, en otras condiciones, esa torre ya se habría desplomado por causa de su propio peso o habría sido arrancada por la fuerza centrífuga de la Tierra. Tampoco habría forma de generar aire respirable allá arriba. La energía de esta máquina es poderosa. Su simple movimiento ha provocado los temblores de estos días. ¿Por qué genera esta energía? ¿De dónde viene esta energía? Es por eso que estamos aquí.


Salomón, todo suena muy interesante. Pero no entiendo qué hago yo aquí, si no soy experto en nada. Tan solo soy el dueño de un café. Lo único que sé es cómo hacer funcionar las máquinas para el expreso, el capuchino…


¿Has visto la cara de Luciano? Se volvió más joven, ¿no?


Sí… ¿por qué se cayó al agua?


El agua de estos jardines está impregnada de esa energía – repuso Luciano.


¿Y por qué no nos zambullimos?– preguntó Berton, alegrándose.


Es muy peligroso. No conocemos bien los efectos de esa energía en el cuerpo humano…


Luciano, tu cara rejuveneció… Y Salomón podría bañarse para que no le duela más la espalda… Como se mojó las piernas para sacarte, ahora puede bailar el mambo por horas…


Ese rejuvenecimiento no dura mucho. En unos cuantos minutos voy a estar igual que antes, incluso algunas horas o días más viejo. El organismo retoma rápidamente su equilibrio y hace un reajuste frente al tiempo que cree haber perdido. Permanecer mucho tiempo en el agua puede ser fatal. Solo hemos logrado sacar un extracto de ésta que produce un aumento de la libido más prolongado y que nos sirve de igual manera como identificación frente a las mariposas de seguridad.


¿Las inyecciones?– preguntó Berton mirando a Salomón.


Berton, si te traje aquí es porque te conozco, eres el esposo de la sobrina de mi mujer, eres… como un hermano. Además, como estás interesado en adquirir la preciada juventud, puedes ayudarnos a experimentar con la extraña energía que sale de esas pirámides.



Por supuesto, pero, ¿por qué no me explicaste esto antes y me llevabas con cuentos?


Por seguridad… incluso no ha sido prudente de nuestra parte tener esta conversación…Las tortugas tienen oídos… graban todo – dijo Salomón susurrando.


¿Las tortugas?


Ya llegamos– pronunció Salomón.


Seis pirámides de estilo maya se alineaban al lado de un rectángulo de guijarros. En el medio había una tienda con el logo de la Ameuropa. Berton siguió a los hombres al interior de ésta. Estaba llena de maniquíes, trajes de astronauta y tanques de oxígeno.


Te lo iba a explicar– dijo Salomón a Berton. –Debajo de estas pirámides no hay gravedad ni oxígeno. Vamos a sujetarnos de un cable que nos arrastrará como si estuviéramos en el espacio. Luego, al llegar a la cámara principal, volveremos a tener oxígeno y gravedad.


¿Y por qué no hay gravedad?


Es un vacío que se produce entre el sistema magnético de la Tierra y el sistema interno del parque –explicó Luciano. –No es que haya gravedad exactamente, es que entre ambos sistemas se genera una compresión que anula la fuerza de atracción hacia el centro terráqueo y se aspira el aire.


¿Es como entrar al interior de una jeringa?


Más o menos.


Berton se puso el traje como pudo. Luciano le ayudó a ajustarlo y cerrarlo bien. Se dirigieron a una compuerta al pie de la tercera pirámide.


El primero en introducirse fue el mismo Luciano. Le siguieron en su orden, Berton y Salomón. Se internaban varios metros abajo, llevados por un cable blanco fosforescente que les servía también de baliza en el descenso.


Más allá del parque, mientras tanto, continuaban ascendiendo turistas deseosos de ver la esfericidad azul del planeta. La ascensión llevaba casi un día, pero todo era compensado por el servicio cinco estrellas que brindaba la compañía –piscina, restaurante, sala de masajes–, así como por lo sublime de ver, en un ventanal de 360 grados, un horizonte curvilíneo formado por el brillo del océano y la negrura de incontables soles lejanos.


Berton ya no recordaba bien para qué estaba allí. Solo le venían a la memoria aquellas veces en las que jugaba a hacerse el muerto en el agua, cuando chico, con la cara mirando hacia el fondo y escuchando la música acuática. El tiempo no parecía correr. Tampoco la vejez del cuerpo era una preocupación, ni la retención del ser amado. Sintió que la ingravidez lo liberaba.


De repente, salió expulsado rodando sobre un tapiz acolchonado. Trató de ubicarse y ver dónde se hallaba, pero la dificultad de quitarse el casco se lo impedía. Luego el peso de Salomón vino a hundirse en su muslo.


Siempre nos obligan a hacer un aterrizaje forzoso –exclamó este último quitándose la escafandra.


Berton se sorprendió de no tener ninguna molestia en su cuerpo. Era como si hubiera recuperado la salud de antaño.


Luego de quitarse el casco, reparó en el sitio. No pudo contener el grito de pavor. Lo rodeaban chimpancés deformes, sin pelos, sin partes metálicas ni electrónicas.


Estos son nuestros sujetos de experimentación –explicó Luciano detrás de él. –La gente detesta estos monos cibernéticos. Los atacan para robarles las piezas y los dejan malheridos, inservibles. La compañía nos autorizó a rescatarlos para probar en ellos los efectos del líquido rejuvenecedor.


Los monos se amontonaban en las orillas de un estanque del que emergía un resplandor esmeralda. Berton se acercó al grupo de primates. En el centro del estanque vio cabezas que luchaban por no adentrarse en el remolino. Los que lograban llegar a la orilla, salían como esqueletos rosas. Entonces, el resto de chimpancés se precipitaba sobre éstos, los más monstruosos. Sólo se escuchaban aullidos.


Arrojan a sus hembras al agua. Una y otra vez para que vuelvan a ser propicias al coito –dijo Luciano.


¿Qué quieres decir?


En los últimos años la tecnología ha humanizado tanto a los chimpancés que, de repente, las hembras empezaron a tener menopausia, lo que hasta hace muy poco sucedía únicamente con las mujeres de nuestra especie. Los machos, al notar el cese de las funciones reproductoras de las hembras, se desesperan y comienzan a matarlas.


Eso es horrible, Luciano. Malditos animales. ¿Y esta agua? ¿No tendría que rejuvenecerlas? ¡Salen espantosas!


Es lo que pensábamos en un principio. Pero como ya has visto, el efecto solo dura poco y luego viene el reajuste. Los monos se dan cuenta de esto y lanzan a la hembra a la fuente… una y otra vez… Ya estamos hablando de una mutación descontrolada. La hembra recupera ciertos atributos de su juventud… como el de despertar feromonas que excitan al macho, pero a qué precio…


Berton, con los ojos llenos de lágrimas, miró a Salomón.


¡Coño! ¿A esto me trajiste?


¿Pero qué pasa?


Maldita sea, Salomón. Pude haber pasado este día con Kimberley. Aprovechar más de su belleza y amor. Estoy perdiendo el tiempo aquí… he estado en el error y tú no me ayudas para nada. Soy un viejo y eso no lo va a cambiar nadie.


Chico, la edad está en la mente, como dicen por ahí. Eres aún joven. Eres curioso, aventurero. Mira todo lo que has vivido hoy para llegar hasta aquí.


Deja de hablar tonterías– gritó dirigiéndose violentamente hacia él.


Cuando Luciano iba a separar los dos hombres, escuchó una señal proveniente de la radio. Se apresuró a responder.


Berton y Salomón dejaron de forcejear para fijarse en las paredes, que parecían moverse hacia ellos.


Luciano, ¿qué pasa? –Preguntó Salomón.


El ascensor se ha quedado sin energía en un punto crítico de la estratósfera –explicaba mientras buscaba equilibrio. –Han ordenado una comprensión aquí para reactivar el generador…sino mucha gente va morir allá arriba…


¿Qué quiere decir?– Sollozó Berton viendo caer polvo y pedazos de roca a su alrededor, y escuchando la histeria de los chimpancés.


Que tenemos que irnos de aquí– respondió Salomón.


Me temo que estamos atrapados– sentenció Luciano.


¡¿Qué?!


El agua empezaba a desbordarse. Los monos trepaban como podían por los muros movedizos.


Todas las salidas están cerradas para dejar fluir el líquido por los canales.


¿Vamos a morir ahogados?


No lo sé. Busquemos una parte alta para que el agua no nos toque. Ajustémonos los trajes y pongámonos los cascos. Quizás el oxígeno alcance hasta que haya terminado el flujo.


Pusieron sobre una mesa cajas y subieron. La fuerza del agua hizo tambalear la base. Se echaron a flote cuando ya fue inútil seguir sosteniéndose. Quedaron presos entre el líquido y la piedra del techo.


Berton quiso sentir de nuevo la tranquilidad que había tenido antes. Pero, de repente, la angustia lo acompañó en un tobogán que ascendía. Pero en vez de revivir momentos tiernos con Kimberley, abrazarla en la hamaca con la ligera brisa del ventilador, caminar juntos por la playa de la tarde, cerrar el café después de que el último cliente partiera para así compartir una copa de helado, Berton tuvo otras imágenes.


La angustia se convirtió en un hormigueo que le recorrió todo el cuerpo. En el agua verde corrían pedazos de mono y otras suciedades. Y él se vio con la fuerza de un gorila destrozando la puerta, encontrando en el balcón a Kimberley sin ninguna prenda, asiéndola y cimbrándola como una muñeca en el espacio, sin gravedad ni fricción. Esto lo frustró aún más.


Iba tomando dimensiones tan colosales nuestro Berton que habría podido romper los conductos subterráneos de aquel extraño parque y trepar hasta la cima del ascensor.


Cuando logró moverse, flotaba bocarriba en medio de los nenúfares, cerca al puente en arco del que cayera Luciano. La tortuga lo filmaba desde la orilla.


¡Berton, tu cara! – gritaron dos jóvenes descamisados que se le hicieron conocidos.


Con sus manos pudo entender que la escafandra estaba rota.


Anda, sal rápido y quítate ese traje – dijo el más moreno.


Era Salomón, con sesenta años menos.


¡Sí, rápido! – repuso un flacucho rubio, cubierto de acné.


Berton se apresuró a desenredarse de las raíces acuáticas y nadó a la orilla.


¡Qué guapo estás, chaval! – Comentó Salomón.


No había ironía en sus palabras. Sin embargo, los tres no pudieron contener la risa.


Aún sin controlar las carjadas, Berton miró el reflejo de su rostro en el agua. Luego, preguntó:


¿Y cuánto duraremos así?


No sé…


¿Qué haré para que Kimberley me reconozca? –preguntó un poco más serio.


Esperar… por ahora… ¿por qué no vamos a beber unas cervezas a tu café? – propuso Salomón.


¡Beber para envejecer!- agregó Luciano, entusiasmado.


Me parece una idea estupenda – dijo Berton.


Los tres se pusieron en marcha dejando atrás estructuras y equipos destrozados. Se introdujeron en un túnel que los llevó directamente al campo de girasoles. Una vez allí, Salomón propuso ir también a hacer esquí en el espacio. Y Berton ni siquiera se sorprendió de que dicha idea no le molestara.




Juan Ignacio Muñoz Zapata (Pereira, 1979) vive en Florencia, Caquetá, donde enseña inglés y literatura. A partir de 2008, comenzó a publicar en e-zines hispanoamericanos de ciencia ficción. En 2012, resultó ganador en un concurso organizado por el diario Le Courier de Laval dentro de la categoría gran público con Tout est là-bas, un cuento escrito en francés. En este mismo idioma, terminó L’Invisible Chromognon, novela que relata las vicisitudes de un hombre invisible en Bogotá. En 2013, ganó el gran premio de poesía La pereza con “Otro canto mañanero”.


Obras


Ta mère est un vieux char (Cuento – aceptado para publicación) Revue Solaris Science-fiction et Fantastique, Québec


L’Invisible Chromognon (Novela)


Otro canto mañanero (Poema – gran premio), 2013


Otro Canto. Greyti Gonzáles Rivera, Ernesto Pérez Castillo (eds), Miami: La Pereza ediciones.


Los idiotas de la Calle 13 (v.2.0) (Novela colectiva) 2012


UnderKaos (varios autores): Laval (Can), Charleston (EEUU). Ediciones Muza Inc.


Tout est là-bas (Cuento premiado en concurso) 2012





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